El
comienzo del Año litúrgico nos presenta una perspectiva completa de nuestro
futuro. Nuestro futuro es el cielo. Hemos nacido para el cielo, y el cielo es
nuestra patria definitiva. Ahora bien, ese futuro se vislumbra con tintes
dramáticos, porque el hombre ha roto con Dios, con su Creador y Señor, y ha
comprometido seriamente su futuro. Dios, sin embargo, le ofrece de nuevo y con
creces la salvación rechazada.
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